Nayeli, de Valencia, España.
«Descubriendo realidades diferentes»
(Febrero – mayo 2007)
Queridos amigos:
Ya va hacer tres años de mi estancia allí y parece que fue ayer.
Me paro a pensar y es difícil expresar en palabras e intentar buscar la manera de explicar de forma que se entienda, una de las experiencias tan maravillosas que he tenido ocasión de vivir.
Por momentos hago una reflexión de mis prácticas docentes, pero en mi mente se agolpan tantas ideas, palabras, recuerdos…que luchan por conseguir que sean escritas primero.
Fueron tres intensos y grandiosos meses llenos de alegrías, sentimientos, emociones fuertes y no tan fuertes, tristezas, sonrisas, llantos y dolor…que todo engloba el resultado de una experiencia inolvidable, única e irrepetible en la cual sólo uno mismo sabe y siente cómo la ha vivido.
Nunca olvidaré aquella mañana del 11 de noviembre del 2006 donde me informaron que habían salido ya las listas en la universidad de la gente admitida para ir a Centroamérica. Cerraba y abría los ojos, y al volverlos a abrir aparecía mi nombre reflejado en aquel panel, allí estaba sin moverse…me sentía desorientada, fuera de lugar.
Tenía en mis manos aquel sueño deseado durante tiempo y no era consciente.
Mis compañeros de clase me felicitaban, me animaban, aunque también debo decir que me asustaban:
-“Pero… ¿te lo has pensado bien?”
-“¿Tú sabes dónde vas?”
-“Va ser muy duro, tu no aguantas…”
Me surgieron muchas dudas, incertidumbres, miedos, preguntas sin respuesta…pero sí sabía que me iba, que era mi ilusión y tenía que comunicarlo en casa.
Mientras cuatro españoles se paseaban por los pasillos de la universidad de Teruel ansiosos de agarrar el vuelo destino El Salvador, aquel magnífico día de febrero; en la escuela de Torola, se divagaba el nombre de aquellos cuatro jóvenes que iban a permanecer junto a ellos.
Todo estaba listo, material para la escuela, últimas reuniones ultimando detalles, la ropa, apuntes… ¡La maleta no cierra! ¡Qué desastre!.
Ahora pienso en tantas cosas que le di importancia y la preocupación que le hice, para luego una vez allí, olvidarme.
Recuerdo como si fuera ayer mi entrada en las aulas de aquel colegio. Un colegio desestructurado, pequeño y con condiciones un poco ruinas, no me podía quitar de la cabeza la mentalidad europea. Pero a medida que pasaban los días ese colegio iba siendo parte importante de mí, era mi casa, mi sitio de acogida, donde me sentía a gusto y feliz conmigo misma y sobre todo con aquellos lindos niños y niñas que correteaban por allí.
Tampoco olvido aquella entrada tan esperada por el equipo de FUNDEMAC hacia nosotros, los españoles… qué momento…; me sentía observada pero a la vez muy acogida y protegida por aquella gente tan especial que llegó a ser día a día.
También recuerdo las muchas cenas en los Kioscos, en el río Sapo, el miedo a subir en el carro, los paseos por los sitios más maravillosos de ese bello país…
Me resultó muy difícil aceptar la realidad que estaba viviendo y no había día que le pedía a Dios que eso no fuera real…pero lo conseguí, conseguí aceptar aquella realidad participando e integrándome con la sociedad y en comunidad siendo una más de ellos.
He pensado en la falta de recursos humanos y tecnológicos que hay en la mayoría de los centros. A pesar de esa falta de recursos, la educación continua por un camino que sigue siendo muy difícil de recorrer sin problemas todavía en nuestro siglo. Jamás me hubiera imaginado una clase sin agua, sin luz, sin pizarra…, en estos tres meses he visto con mis ojos y a través de las experiencias vividas día a día, que a pesar de la falta de algo tan imprescindible como es el agua, es posible llenar un aula de niños y niñas dispuestos a aprender.
Era duro ver en las condiciones con las que las que vivían las familias, esas casas de caña o de madera con techo de duralita, soportando las fuertes lluvias, el sol, los vientos y los zancudos que todas las noches venían de visita.
No obstante, admiraba cómo las familias sobrevivían y lo daban todo a pesar de no tener nada. Esa gente, toda la gente, es tan agradecida… Que maravilloso era ver un niño cuando sonreía, por haber recibido alguna mueca o un simple saludo por tu parte.
Llegó la hora de intervenir de manera más participativa en las aulas, y como no, en la de parvularia, la cual yo procedía. Ya no quería más observar y mantenerme al margen de lo que estaba previsto y lo que se tenía que hacer.
Durante mi elaboración de las clases, mi puesta en práctica de éstas y todo lo que ello conlleva, me ha dado la oportunidad de realizarme a mí misma y superarme. Creo que de algo que he aprendido durante mi carrera, entre otras cosas, es que lo concreto no se transmite en el aula de magisterio como estudiante, sino se debe vivir en el aula con los niños día a día.
Recuerdo aquellas caritas cuando contaba cuentos de hadas, de animales que hablaban y aquellos niños que se disfrazaban para una fiesta, con ayuda de las marionetas le dábamos más sentido a esas historias que tanto les gustaban.
Del mismo modo surgió la genial idea de armar un campamento, son tantas las cosas que diría de él… por parte de los niños fue un éxito, aprendieron sus derechos como niños, aprendieron a valorar la naturaleza, a saber convivir con los demás y respetarse, pero lo más bello por mi parte fue conseguir que aquel campamento quedará reflejado en la cara de cada uno de los niños como algo mágico, único y sorprendente.
Todavía recuerdo las palabras de una persona que aprecio, Enrique: “Confío en ti, sé que va a salir bien; así que ponte buena y salgamos ya de este hospital”
Esta experiencia me ha dado la oportunidad de conocer y valorar muchas cosas de la vida, en primer lugar a uno mismo, acabando por los estudios y pasando por una familia. He vivido momentos duros y fuertes, como permanecer en un hospital, pero incluso a eso le he sabido sacar el mejor provecho. A veces me pregunto; en realidad, ¿cuál era mi objetivo allí?, en un principio era transmitir, mostrar y enseñar a todos los niños mis vivencias, experiencias… dándoles a conocer todos mis conocimientos y esforzarme al máximo por todo lo que estuvieran dispuestos a aprender. Pero a la vez, creo que han sido ellos los que me han enseñado, me han transmitido y ayudado en todo momento.
Este viaje no ha sido sólo una experiencia docente, ha sido mucho más que eso.
Hoy, para mí, hay cosas que ya no son lo mismo, ahora, conozco una realidad muy distinta a la que me rodea, he tenido la oportunidad de conocer otras culturas, a gente con unos ideales muy distintos a los míos que he tenido que aprender a respetar y a aceptar. Compartir los recuerdos de la guerra con gente que la ha vivido y que te cuenten en primera persona hechos que te dejan desconcertada, poder ver cuáles son todavía las secuelas que esos conflictos dejaron en la cultura de las personas te abren mucho la mente hacia nuevas formas de pensar, de ver la vida, y eso es realmente muy valioso.
Si alguien me preguntara con qué te quedarías, qué recordarías de esta experiencia…en realidad no sabría qué contestar, posiblemente con la gente y sus grandes virtudes, aunque diría que dentro de unos años no importará la ropa que me compré, ni los viajes que realicé, ni la cantidad de bienes que obtenga, pero sí que desearía haber sido importante en la vida de un niño, ser parte implicada en el proceso de desarrollo y maduración de ellos.
Gracias, mil gracias doy a toda esa gente que ha confiado en mí, entre ellas al equipo de FUNDEMAC, que estuvo en todo momento con todos nosotros, a los profesores de la universidad de Zaragoza – Teruel que también desde la distancia sentíamos su presencia y preocupación. Y agradezco a todos los maestros de la escuela de Torola y a cada uno de los niños que estuvieron allí por compartir conmigo esta maravillosa experiencia que con los años permanecerá en mis memorias.
Un fuerte abrazo de la profesora española “Nayeli”